Seis ciudades del país comparten una escena cotidiana: en
algunas calles, donde usualmente las fachadas están deterioradas y no hay
policías a la vista, los conductores suben las ventanas del carro y aceleran.
Sienten miedo porque los habitantes de la calle se lanzan en medio de la vía;
algunas veces roban, otras veces arriesgan sus vidas. En Medellín, Bucaramanga,
Bogotá, Cali, Cúcuta y Cartagena sucede lo mismo.
El
COLOMBIANO, en trabajo conjunto con Vanguardia Liberal, El País, La Opinión y
El Universal, realizó un diagnóstico sobre la situación de los habitantes de la
calle en Colombia.
En
junio de 2013, el presidente Juan Manuel Santos anunció
una intervención integral para “acabar con 25 ollas en el país”. Ese mismo año
fue expedida la Ley 1641, que le ordena al Estado “garantizar, promocionar,
proteger y restablecer los derechos” de los habitantes de la calle. Dos años
después, las ciudades siguen reportando altos índices de vulnerabilidad en las
calles y el microtráfico sigue siendo un problema latente.
La
percepción ciudadana coincide con los pronunciamientos de la Corte
Constitucional. En marzo pasado, el alto tribunal le ordenó al Ministerio de
Salud acelerar la implementación de la Ley 1641. ¿Qué pide la norma? Tratar a
los habitantes de la calle partiendo de los siguientes principios: dignidad
humana, autonomía personal, participación social y solidaridad.
La
Corte fue enfática al señalar que esta población requiere “una actuación
urgente e integral dada la especial situación de vulnerabilidad y marginalidad
en la que se encuentran, así como la violación masiva de derechos de la que son
objeto. El solo hecho de no contar con un hogar deriva en la afectación grave y
continua de otros derechos fundamentales”.
No
toda la responsabilidad recae en el Gobierno central. La Corte reconoce que las
entidades territoriales deben formular programas para garantizar los derechos
humanos de esta población, como la salud , la educación y la seguridad social.
Algunas ciudades le han apostado a la construcción de centros de acogida,
otras, como Bucaramanga, buscan que los habitantes de la calle regresen a sus
lugares de origen. La fórmula exitosa sigue siendo esquiva.
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