FOTO Colprensa
Pocos querían ir a África occidental y en
varios países quienes salían de ese lado del mundo eran discriminados y puestos
en cuarentena.
África, su costa occidental, un pedazo de
Atlántico y selva que los colonos europeos debilitados por el paludismo llamaron
“Cementerio del blanco”, fue tumba para 11.323 personas en dos años.
Entre 2014 y 2016, a la miseria casi
irremediable de Sierra Leona, Liberia y Guinea se sumaron síntomas que
recordaban a la malaria: fiebre, dolor ‘hasta la médula’, vómito, diarrea, y
otros para los que no había explicación: sangrado, pérdida de la cordura,
muerte.
Entonces, en las noticias creció el uso de la
palabra ébola: un extraño virus que llegaba por primera vez a Guinea, se
filtraba veloz por las fronteras y se asentaba en países vecinos. Ébola, una
epidemia extremadamente contagiosa, transmitida por animales salvajes. Ébola,
una enfermedad mortífera de la que pocos se salvan y de la que Europa y América
se blindan.
En la triada de países, que ya de por sí
comparten las secuelas de guerras civiles recientes, el hecho de tener uno o
dos doctores por cada 100.000 habitantes y de ocupar los últimos lugares en el
listado de 187 naciones a las que la ONU mide su bienestar, los doctores,
enfermeros, voluntarios y empleados humanitarios comenzaron a escasear, por dos
razones: porque fallecían o porque huían.
La primera en alarmarse fue la organización
Médicos sin Fronteras, que tras varios meses de informes, ruedas de prensa y
alertas convenció a la OMS de hacer lo mismo. Entonces ya era tarde, entre
enero y abril de 2014 los casos se triplicaban cada semana y a los científicos,
que nunca antes habían pensado en una cura o vacuna, la epidemia con cara de
pandemia los tomó por sorpresa.
Pocos querían ir a África Occidental y en
varios países quienes salían de ese lado del mundo eran discriminados y puestos
en cuarentena. Por eso, por su ayuda impecable y por el riesgo inminente que
corrieron, quienes aceptaron abandonar la comodidad de las ciudades y atender
la emergencia merecen el rótulo de héroes.
Africanos, sobre todo; europeos, muchos.
Entre los titanes que combatieron el ébola hay tantas nacionalidades como
relatos. De ellos, 11 son de colombianos: médicos, economistas y expertos en
emergencias que entendieron que el virus no era un problema de África, sino de
humanidad, y que no se resolvía con dinero, sino con manos.
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